Conocer la experiencia desde dentro, permite que la concepción que se maneja sobre una persona, circunstancia o lugar sea más objetiva y clara, una vez que se logra poner el oído a historias y experiencias de fe, se puede descubrir la esenia misma del ser humano o, bien, para lo que fue creado o elegido.
Al comienzo de semana se celebró en Venezuela el día del seminario, una fecha propicia para recordar la vocación, el servicio y la entrega de muchos jóvenes que, valientemente y conducidos por el impulso del Espíritu Santo, deciden obedecer a un llamado que los seduce y los encamina ante la petición del Señor de seguirle. Es un momento que muchos denominan como único e indescriptible, dando una repuesta generosa a quien entregó su vida por sus amigos, ahora a ellos les toca seguir el ejemplo del gran maestro Jesús.
A simple vista todo pareciera resumirse en un llamado y una respuesta, pero precisamente esto remite a la necesidad de saber cómo es ese llamado, si realmente es un llamado y si la respuesta que se da es la correcta, la más conveniente y la que pueda edificar la vida de quienes se adentran en un proceso de discernimiento vocacional. Ante esto, se ha buscado llegar a una aproximación sobre lo que un joven seminarista puede experimentar cuando decide descubrir la voz apremiante de Jesús en su desierto de vida.
El Seminario Mayor San Ignacio de Antioquía de Coro, es la casa de formación que ha orientado a muchos que, ahora en su sacerdocio, han materializado y madurado esa fe que los conllevó a hacerse de la Iglesia como fiel servidor y esposo suyo, quienes trabajan y promueven sus virtudes, transforman sus problemas en oportunidades y pastorean con amor a quienes se les han encargado como ovejas de su redil. Por lo menos esta es la percepción que se maneja desde fuera, quizás de dentro también lo sea.
Ahora bien, para descubrirlo, varios seminaristas que actualmente conviven en esta casa de formación, quisieron ayudar a esclarecer, desde su testimonio, cómo es la vida de un formando en el sacerdocio, de un joven que, pudiendo escoger otro estilo de vida, ha apostado por el modelo de Jesús. Sus experiencias han dado un panorama que ha permitido desmitificar algunas apreciaciones sobre la vocación, inclusive sobre la santidad y la fe, partiendo de su llegada hasta ya casi la salida del seminario.
El joven Pedro Manuel Cumare, es procedente de la parroquia Ntra. Sra. de la Candelaria de Puerto Cumarebo y se encuentra cursando el último año de teología, es decir, técnicamente ya está por culminar sus estudios para recibir el orden sacerdotal, llegó al seminario en el año 2012 y desde entonces ha permanecido en formación, le ha tocado recibirla en varias casas de estudio a nivel nacional, pero dada la oportunidad que ha ofrecido el seminario de Coro en estudios de teología, ha vuelto a donde todo comenzó ya hace casi nueve años. De entrada, este joven enfatizó que para entender la experiencia hay que vivirla, debido a la convivencia diaria con otros jóvenes de diferentes actitudes, formas de pensar y actuar, sin embargo, también resalta que causa a esto se van tomando como hermanos hasta el punto de que la pena de uno es la pena del otro y la alegría de uno es la alegría de todos.
Fue interesante descubrir de este joven que no hay vocación de seminarista sino de sacerdote, y es que pensar así es tener la convicción de lo que se quiere y espera lograr de todo este proceso, que es por demás largo y al cual se le debe imprimir paciencia y perseverancia, tiempo en el que Dios, según el seminarista Cumare, va moldeando el corazón y haciendo ver si realmente esto es lo que desea para ellos. Ya cuando está de salida, se visualiza como un sacerdote entregado a la acción de Dios que lleva a él y se materializa en el hombre, pues considera que a medida que va creciendo se va configurando con Cristo sacerdote y, en base ello, desea seguir trabajando.
Por otra parte, el joven Ayair Enrique Oberto, procedente de la Diócesis de Machiques, es uno de los seminaristas cursante del primer año de filosofía, aunque realizó su propedéutico en Mérida, llega a Coro gracias a la relación con algunos sacerdotes amigos, quienes le animaron y ayudaron a ingresar a este seminario. Considera que todo parte de la una respuesta al llamado que hace el Señor, que se transforma en una vocación de vida y un misterio de amor, y esas son las cosas que hacen más llevaderas la convivencia en estos espacios de formación.
Un aspecto particular en la conversación con este joven, fue entender que pueden suscitarse dudas en el proceso de formación y de discernimiento, de hecho, es parte de todo lo que se puede experimentar en ello, pero es aquí donde los padres formadores juegan un papel importante, son ellos los encargados de orientar estos procesos, de acompañar y escuchar, pues estos jóvenes no están solos, como buena familia, también hay quienes dirigen y administran estos espacios, logrando formar futuros sacerdotes para la Iglesia y su pueblo. Al seminarista Oberto, lo hace permanecer en este camino el servicio por el cual llegó aquí y por el cual espera salir de aquí siendo un sacerdote para un pueblo ansioso del amor de Dios.
Y por último, ha compartido su experiencia el joven José Antonio Rodríguez, procedente de la parroquia Ntra. Sra. del Carmen de la Vela, es cursante del propedéutico, tiene 18 años de edad y aunque tenía el deseo de estudiar medicina, el llamado de Dios fue más fuerte y decidió aferrarse a ello para emprender este camino vocacional, el cual lo ha denominado como inexplicable, pero para describirlo ha citado las palabras de San Juan Pablo II basadas en: “El amor lo explica todo”. Su llamado fue, esencialmente, a través de una lectura bíblica, y con ayuda de buenas direcciones espirituales supo interpretar el mensaje y decidir ingresar al seminario.
Un punto válido que con este joven se pudo ubicar, es que el tiempo que pasan en el seminario nunca será un tiempo perdido, aun cuando consideren no se seguir, la formación que se recibe allí es la garantía de que las decisiones que toman de avanzar o abandonar vienen dadas de este proceso de discernimiento que el mismo seminario propicia en ellos, es decir, gracias a esa formación es que saben si este camino es el suyo o descubrieron que no. Este joven, aunque es poco el tiempo que lleva en esta casa de estudio, tiene la convicción que ha sido llamado al sacerdocio y considera que lo mejor es hacer la voluntad de Dios, porque cuando no se cumple con ella es donde se comienza a sentir los golpes de la vida.
En definitiva, escuchar las experiencias de estos jóvenes, ha permitido comprender que ser seminarista sí es algo de otro nivel, no es algo común, no se puede ubicar en el mismo nivel de estudios universitarios, esto por la simple razón de que no todos deciden abandonarse a sí mismo para seguir a Cristo, ya no se piensa en vanidades, ya no es un título lo que se persigue, sino la vida eterna, obedeciendo a un llamado de amor que lo cambia todo, pero que a la vez lo hace más feliz y pleno. A pesar de esto, son jóvenes como cualquiera en esta época, como pudieron apreciar, unos con más tiempo en formación que otros, aunque todos como un mismo objetivo: ser sacerdotes.
Son seminaristas, pero no perfectos, son jóvenes pero no inmortales; ríen, lloran dudan, se equivocan, se arrepienten, extrañan cosas que antes hacían, muchos tienen talentos particulares; cantan, tocan algún instrumento, practican algún deporte, otros le apuntan más a las artes platicas, la lectura y a la cocina, pero lo que lo hace extraordinario es que decidieron dejar a un lado su “yo” con aspiraciones personales para decir ¡sí! a una propuesta de amor hecha por Jesús, con mucho miedo, con muchas interrogantes, no obstante, esa es la labor de los seminarios, hacer que todo este proceso tenga un sentido y un propósito claro que lleve a los jóvenes a ser felices que, por cierto, todos ellos afirmaron serlo, y eso ya es ganancia.
Prensa Arquidiócesis de Coro/ José Alberto Morillo