El origen de este extraño oficio se extiende hasta el antiguo Egipto, donde, previo a algún pago, una o varias mujeres lloraban con gritos y lágrimas el funeral de un difunto, encontrándose también en la Biblia algunas referencias como la de Jeremías, cuando expresa que Dios mandó a su pueblo a traer lloronas que llamaban “Lamentatrices”, como una manera de lamentar la devastación de Judea. El oficio de plañir llegó a convertirse en una fuente de ingresos, y que, según Ricardo Palma en su libro “Tradiciones Peruanas”, las plañideras eran casi siempre “viejas como el pecado y feas como el chisme».
La tradición oral nos trae información acerca de la existencia de plañideras paraguaneras, en un caso que se remonta a principios del siglo XX, Eugenio Navas, del Fundo San Antonio, contaba que en este sector vivían tres solteronas, que lloraban en los velorios, principalmente en aquellos donde el sentimiento estuviera flojo y los deudos necesitaran más bulla, previo contrato. El convenio tenía sus condiciones, en este sentido, un llanto suave con abrazos al viudo o la viuda con gritos de “ah mundo, por qué te fuiste”, “quedó igualito” o “ayer nada más lo vi el pobrecito” tenía un costo menor; si el llanto tenía alaridos, acompañado de muchas lágrimas disimuladas de un frasquito de agua, con algún desmayo, la cotización era más cara, y, finalmente, si la llorona era muy fuerte, con pataletas y convulsiones en el suelo y un remate de “ayayay, llévanos también a nosotras”, la tarifa era más cara y podían ir hasta el cementerio donde se repetía el evento melodramático.
También comentaba que a estas mujeres las llamaban “las Dolorosas” y refería que cuando murió la mayor le sirvieron de plañideras las otras dos, cuando murió la segunda lloró la menor como si fuese tarifa alta y, cuando todos comentaban que el fallecimiento de la última no lo sentiría nadie, en su velorio, los pobladores se pusieron de acuerdo para compensar el llanto de estas mujeres a lo largo del tiempo por tantos difuntos y formaron gigantescos alaridos con soponcios de todo tipo, convirtiéndose este velatorio en el más triste de esta comunidad.
Fredys Romero Sierraalta