La campesina Ramona Janette Jiménez se hizo madre un poco tarde para los parámetros rurales de Nicaragua, a los 25 años, y cuando finalmente lo logró, su hijo nació azul. Desde entonces los llantos, la desesperación y el rechazo fueron comunes para ambos, hasta que llegó la adolescencia, cuando el pequeño Kevin se hizo «rosado».
Desde mediados del año pasado el quinceañero Kevin Real literalmente disfruta de su nuevo color de piel, tan común para cualquier mestizo en Nicaragua, pero tan «rosado» desde el punto de vista de un niño que creció viendo una piel azul del otro lado del espejo.
«¡Volví a nacer!», dijo a Efe la mamá, al recordar la primera vez que vio a Kevin «con un color diferente: sus manos, sus labios, ahora eran rosados».
La emoción de Jiménez, que apenas logra contener el llanto, se percibe en su voz, entrecortada, no por la euforia del recuerdo, sino por la mala señal de las telecomunicaciones en Valle Viejo, una comunidad rural alejada del municipio de Chichigalpa, al noroeste de Nicaragua, donde ni las llamadas telefónicas alcanzan su destino siempre.
Kevin cambió de color en un lugar lejano, en el hospital de atención terciaria del Caribe, Health City Cayman Islands, donde su caso ahora es emblemático por complejo y exitoso, según el cardiólogo pediatra intervencionista del centro, Sripadh Upadhya.
La piel del jovencito emitía un tono azul, con uñas y labios morados, por falta de oxígeno en la sangre, ya que el lado derecho de su corazón jamás se desarrolló, y no logró cambios importantes ni siquiera con dos intervenciones quirúrgicas, una a los dos meses de nacido y otra a los ocho meses.
«En lugar de cuatro cámaras, Kevin tenía tres cámaras, y la inferior derecha no estaba desarrollada», explicó el director clínico y jefe de Cirugía Cardiotorácica del hospital, Binoy Chattuparambil, en un vídeo en youtube.
El color de piel hizo que el menor sufriera acoso escolar toda su vida hasta ahora, afirma su madre.
Kevin no tenía problemas con arriesgarse a morir por cansancio al caminar, bajo sol o lluvia, tres kilómetros de ida y otros tres de regreso todos los días, para ir a clases, lo peor era que los otros niños le dijeran que se pintaba los labios y las uñas, algo cruel en una sociedad machista.
Cada burla, cada mirada, pero sobre todo cada vez que Kevin se quedaba sin respirar, de las muchas ocasiones a diario, hizo que un día Jiménez retomara con todas sus fuerzas la lucha por salvar a su hijo de una vez por todas, y de inmediato le aparecieron «ángeles» en su camino, relata.
Esos ángeles fueron el cardiocirujano del Hospital Infantil La Mascota Francisco Escobar, y la filántropa estadounidense Sheryl Spencer. El primero le dijo exactamente qué hacer y dónde, la segunda lanzó una campaña en internet que reunió los 30.000 dólares necesarios para la operación en sólo dos días, mucho más que los 2.000 dólares que la mamá de Kevin había ahorrado en tres años.
Ahora sonriente, Jiménez, que repite su agradecimiento a Dios en cada oración, afirma que le dio más miedo subirse a un avión por primera vez que ver en el hospital a su hijo, especialmente «porque lo trataron como rey, hasta en silla de ruedas lo llevaban».
La crisis sociopolítica que vive Nicaragua hizo que la madre y su hijo vivieran varios meses en Estados Unidos, pero al regresar en diciembre, todo fue diferente, los insultos se convirtieron en elogios y las miradas curiosas ahora proyectaban ternura, señala Jiménez.
Kevin ya no es un niño azul, ahora es un adolescente «rosado», dejó de esconderse y ahora sale de su casa, como si no hubiera en el mundo suficiente oxígeno para respirar.
EFE
Cactus24 (02-02-2019)