Cuando uno se desprecia a sí mismo aumenta la probabilidad de buscar la aceptación en los demás y acabar en relaciones tóxicas.
Si crees que no vales nada, no valdrás nada para el mundo. Si ante tu espejo no ves más que un borrón falto de empuje, carisma y belleza, tarde o temprano llegará alguien que te lo confirme, alguien que, además, no dudará en estar por encima de ti para anteponer sus necesidades a las tuyas. Evitémoslo, trabajemos el músculo de la autoestima para tener una vida más digna, hábil y satisfactoria.
Todos de algún modo, hemos pasado por una época con sabor a desánimo. Días donde resuena esa voz crítica y despiadada que se esconde en nuestras profundidades para emerger cuando menos la necesitamos. Son instantes donde todo es amargo, donde solo escuchamos la sonata de la negatividad y vamos por el mundo con la versión más peligrosa de nosotros mismos: esa que ha perdido todas sus defensas y vacía de amor propio.
“Si crees que no vales nada, recuerda que siempre estás contigo mismo, así que es mejor que disfrutes de la compañía y hagas algo al respecto”.
-Diane Von Furstenberg-
Vivir instantes así es algo normal. Decimos que entra dentro de la normalidad siempre y cuando ese día de tinieblas emocionales se escampe por sí solo al poco tiempo. Algo breve de lo que resurgir fortalecidos, optimistas, valientes. Ahora bien, si ese estado se perpetúa en el tiempo correremos un alto riesgo. Porque quien no se siente valioso, buscará a alguien que lo haga por él, lejos de ser en todos estos casos esta estrategia la más adecuada. Porque quien no se quiere, camina descalzo y es vulnerable a todo.
Si crees que no vales nada lo pierdes todo
Si crees que no vales nada, lo pierdes todo. Lo que un día lograste y hasta lo que una vez soñaste con alcanzar. Porque la autoestima baja o la falta de amor propio arrasan identidades, adelgazan autoconceptos y exterminan los propios valores para ponerlos al servicio de los demás.
Así, derivar en ese ciclo de pensamientos destructivos donde habitan ideas como “no soy inteligente, no tengo talento, no soy atractivo o nunca tendré éxito en esta vida” nos conduce a un estado debilitante que reverbera en nuestro cuerpo y nuestra mente.
Si nos preguntamos ahora por qué llegamos hasta esos extremos, cabe decir que la respuesta no es nada sencilla. Hay quien ve en estos estados un resultado directo de la propia crianza. De ese apego distante que no supo en un momento dado cubrir nuestras necesidades emocionales.
Por otro lado, los psicólogos evolucionistas tienen otra opinión no menos interesante que vale la pena considerar. Esa voz crítica que asoma de vez en cuando a nuestra conciencia para “machacarnos” es un mecanismo adaptativo, un sistema de supervivencia que nos alerta de que hay algo que no va bien y que debemos cambiar.
Esa voz crítica, lejos de ser puramente malévola tiene en realidad buenas intenciones. El problema, claro está, es que no entendemos su finalidad.
Por otro lado, también debemos tener en cuenta otro aspecto. Lo que nos hace saber esa voz interna, esa conciencia propia es la realidad de un estado emocional determinado. Sin embargo, somos nosotros quienes le ponemos palabras a esa emoción negativa: “no valgo, no merezco, no soy, no tengo”.
No te creas todo lo que piensas, créete todo lo que sientes e intenta entenderlo.
Si creo que no valgo nada ¿qué puedo hacer?
Si crees que no vales nada, es porque en ti hay necesidades no satisfechas a las que en gran medida solo puedes responder tú. De otra manera, será fácil que caigamos en esas relaciones dependientes y dolorosas, donde la otra persona no solo nos confirmará que “no valemos nada”, sino que nos insistirá en que así como debemos seguir. Estancados en la vulnerabilidad, supeditados a esa baja autoestima donde mendigar amor del malo, donde aceptar resquicios de un querer malsano.
En lugar de enfocarnos en la idea de que no somos lo suficientemente buenos para esto y lo otro, lo que hay que hacer es preguntarse por qué. En lugar de atender pensamientos, atendamos emociones. Porque los propios pensamientos en ocasiones llevan impresa la mentira y el boicoteo, pero las emociones no engañan y hay que saber entenderlas, descifrarlas.
Para lograrlo, reflexionemos en estas claves, en estos pasos que pueden ayudarnos:
Explora tus emociones. ¿Qué siento? ¿Es rabia, es tristeza, es decepción? ¿Estoy enfadado con algo, conmigo tal vez?
Habla con tu crítico interno. ¿Qué quieres de mí? ¿Qué necesitas? ¿Por qué me atacas? ¿Qué finalidad o propósito buscas?
Identifica tus necesidades y establece conexión con ellas. Este es un gran avance, un gran triunfo interno: cuando sepas qué necesitas en concreto, todo cambiará. Tendrás un objetivo claro, una motivación.
Satisface lo que necesitas. Este último paso requiere acción, atrevimiento, voluntad, decisión. Lo haremos por nosotros mismos, sin depender de nadie, porque el acto de crecer es una dinámica que solo nos compete a nosotros.
Así, no vale dejar para mañana el desánimo que siento hoy. No vale esperar que sean otros los que me diga aquello de “¡pero, sí tú vales mucho!”. Estas claves señaladas pueden ayudarnos, pero de nada servirán si no aunamos una dosis de autoestima para entender que ese viraje, esa dirección hacia la sanación y el amor propio implican valentía . Hagamos uso de ella cada día.