Los neurocientíficos ya comprenden mucho mejor las características asociadas a los traumas de infancia. Esto posibilita el tener ya mejores terapias para superar dichos eventos del pasado.
La niñez es una etapa decisiva y trascendente en la vida del ser humano. Las impresiones físicas y psicológicas que se reciben durante esa etapa dejan huellas duraderas en el cerebro. Por eso los traumas de la infancia impregnan por completo la personalidad y su influencia se prolonga a lo largo del tiempo.
Esto no quiere decir que no se puedan superar, o en el peor de los casos que no se puedan superar en una medida razonable. Que alguien haya vivido una infancia difícil no quiere decir que no se pueda llevar una vida plena. Sin embargo, esto suele requerir procesos terapéuticos o de una elaboración personal profunda.
Hay algunos rasgos que denotan la presencia de traumas de infancia no superados. Si tuviste una niñez difícil, vale la pena que revises si alguna de esas características está presente en tu forma de ser. Son excelentes indicadores para darte cuenta de que es hora de hacer algo por ti mismo.
“El trauma no lo provoca la muerte, sino la vida. Uno puede morir sin saberlo. El nacimiento implica el trauma de la comprensión”.
-Richard Matheson-
- Inhibición, un rasgo asociado a traumas de infancia
La inhibición es el retraimiento de la personalidad. Es invisibilizar emociones y sentimientos. Es quedarse incluso en un rincón apartado de la propia vida. Es el caso de las personas que se cohíben de decir lo que piensan o de hacer lo que desean. Sienten miedo de hacerlo o sencillamente no se les ocurre nada.
Los traumas de infancia hacen que alguien se sienta inhibido para autoafirmarse en las distintas situaciones.
Lo que hay, en cambio, es hermetismo. Aislamiento. Gran dificultad para relacionarse con los demás y temor a los otros.
Hay personas que son introvertidas y por eso, no siempre son muy adeptas a las situaciones sociales. Sin embargo, no tienen problema en decir en voz alta lo que piensan o sienten. Actúan con autonomía.
En cambio, cuando hay traumas de infancia que no se han superado, la persona quiere pasar desapercibida, no llamar la atención. Es más, estudios como el llevado a cabo por William E. Copeland, de la Universidad de Duke, nos señalan que este es uno de los rasgos más característicos.
- Irascibilidad, mal humor, frustración
En las personas que no han superado sus traumas de la infancia suele percibirse un cúmulo de ira. No necesariamente son personas violentas. Lo que sí suelen ser es poco tolerantes a la frustración y dadas a reaccionar agresivamente. Parece como si siempre estuvieran a punto de explotar, aunque no lo hagan.
Su irascibilidad también se nota a menudo en su falta de paciencia para ciertas cosas. Al poco se cansan, pierden el interés, se enfadan. Esto se percibe por ejemplo a nivel laboral o en el académico. Les cuesta mucho formar equipos de trabajo.
- Infravaloración personal
Las personas que no han superado sus traumas de la infancia suelen tener también problemas para valorarse a sí mismas. O se sienten muy por debajo de los demás o se sienten muy superiores. Esto último es solo en apariencia. Un mecanismo para compensar la pobre opinión que tienen de sí mismos.
Por eso es usual que rechacen los halagos de los demás. Creen que nunca son lo suficientemente buenos. Por eso nunca terminan de confiar en los refuerzos emocionales, en las palabras de admiración. Les parece que se trata de un engaño o de una burla. No pueden entender cómo alguien tiene buen concepto de ellas, siendo que ellas mismas se detestan.
- Disculparse constantemente
Alguien con traumas de infancia siente que todo lo que dice o hace puede molestar a los demás. Por eso se disculpa frecuentemente. Pide perdón por cosas por las que no debería hacerlo. Se disculpa cuando va a hablar, como si no tuviera derecho a ello. O cuando va a entrar en un lugar o a salir de él, etc.
En ese tipo de acciones se ve la huella de una crianza restrictiva, quizás humillante y con pocas expresiones de afecto. Tales personas sienten como si tuvieran que pedir perdón por cualquier acción que les dé presencia en el mundo. Ese es precisamente uno de los grandes efectos de los traumas no superados de la infancia.
- Huir del conflicto o vivir en él
Las infancias traumáticas suelen desarrollarse en una familia altamente conflictiva. Un contexto en el que los desacuerdos y las agresiones eran la norma. Cualquier palabra o cualquier acto podían desencadenar problemas, recriminaciones e incluso humillaciones. Por eso la persona puede crecer con miedo o con fijación por el conflicto.
Quienes temen al conflicto, van a huir de él en cualquier circunstancia. Incluso son capaces de pasar por encima de sus propias convicciones con tal de evitar una contradicción. Los que se apegan al conflicto convierten todo en un problema. Se mantienen atados a la repetición de las conductas que aprendieron de niños.
Los traumas de infancia no se resuelven porque sí, o al menos rara vez lo hacen. Es necesario trabajar con ellos para que no terminen invadiendo la personalidad vetando por completo el crecimiento, la capacidad de ser felices. A día de hoy los neurocientíficos ya conocen mucho mejor los mecanismos del trauma y ello, es sin duda un avance a nivel terapéutico.
Así, estrategias basadas en la salud emocional, en la autoestima y esos enfoques basados en la psiconeurología del trauma dan buenos resultados.