¿Tiendes a pagar tus frustraciones e indiferencias con quienes más quieres? Descubre por qué tratamos peor a nuestros allegados y qué podemos hacer al respecto.
Todos hemos cometido el error de pagar nuestra frustración con nuestros seres queridos. A ellos les mostramos, a veces, nuestra peor cara y los convertimos en víctimas de un comportamiento egoísta, desconsiderado, cruel o impulsivo que no merecen. Sin embargo, con vecinos, conocidos y otras personas menos cercanas, solemos mostrarnos amigables y educados, incluso en los malos momentos. ¿Por qué tratamos peor a quienes más queremos?
No es que seamos malas personas, que nuestras relaciones vayan mal o que tengamos algún problema psicológico. De hecho, es una situación muy común que nos sucede a todos en mayor o menor medida. Esto no implica que vayamos a deshacernos de nuestra responsabilidad al respecto, ni que no intentemos mejorar. Sin embargo, conocer los motivos que nos llevan a actuar de este modo puede ayudarnos a entendernos.
No nos estamos refiriendo a actos que buscan dañar deliberadamente, ni a manifestaciones que pueden tener que ver con un trastorno narcisista o psicopático. Se trata de esos momentos en los que perdemos los nervios por un mal hábito de nuestra pareja, gritamos a nuestra madre cuando intenta ayudarnos o hacemos un comentario hiriente a un amigo cercano.
Por supuesto, apreciamos a estas personas y no deseamos causarles dolor. Sin embargo, estas situaciones ocurren con más frecuencia de lo que nos gustaría. ¿Por qué tratamos peor a quienes más queremos? Pues bien, a continuación hablamos de los principales motivos.
Siempre están presentes
En ocasiones, la respuesta más simple es la más lógica. Tratamos peor a quienes más queremos porque ellos son los que siempre están, con los que pasamos más tiempo y compartimos más momentos. Por ende, están presentes en la alegría y el éxito, pero también en los instantes de frustración, angustia e insatisfacción.
En estas situaciones desagradables, en las que las emociones negativas nos inundan y no sabemos controlarlas, las personas que están alrededor son las que pagan las consecuencias. Y, con gran frecuencia, estos son nuestros allegados.
Cuando nos reunimos con otras personas, lo hacemos de forma puntual y deliberada, y vamos con la intención y el propósito de compartir un momento ameno y divertido; estamos listos para interpretar ese papel. En cambio, aquellos con los que convivimos, nos ven en todas nuestras facetas.
Son, también, quienes más nos quieren
Ahora bien, no se trata de una mera cuestión de probabilidad. Realmente estas personas pasan más tiempo con nosotros, pero también es cierto que todos somos capaces de modular nuestro comportamiento en función del contexto. Por ejemplo, si nos sentimos disgustados o frustrados en el trabajo, la mayoría somos capaces de camuflar esas emociones para guardar la compostura con nuestro jefe.
Sin embargo, al llegar a casa, necesitamos descargar esa tensión acumulada y lo hacemos cuando nos sentimos a salvo. Las personas a quienes más queremos son también las que más nos aman y, por ende, estamos seguros de que soportarán nuestros malos modos sin mayores consecuencias.
Así, dejamos salir nuestras emociones sin filtro, a sabiendas de que esto no supondrá un rechazo o un abandono, como si podría ocurrir con personas menos cercanas. Solo con ellos sentimos la confianza para mostrarnos vulnerables, aunque esta vulnerabilidad en ocasiones esté mal canalizada y salga en forma de explosiones de ira o gestos de menosprecio.
Estas relaciones son disparadores de trauma
Otro punto importante está relacionado con lo que estas personas nos hacen sentir. Y es que, por supuesto, no tenemos el mismo grado de intimidad y de conexión emocional con nuestra pareja que con un colega de trabajo. Ahora bien, esta intimidad puede convertirse en un disparador de esos traumas o situaciones internas que no hemos trabajado y que aún nos duelen.
En la infancia, muchas personas viven experiencias con sus progenitores que causan diferentes heridas, de abandono, rechazo, traición u otras. También pueden haberlas experimentado en las relaciones con sus iguales, viviendo crítica o acoso. Así, en la edad adulta, ese dolor puede revivirse y reactivarse a través de situaciones que nos recuerdan a la originaria, y que desencadenan reacciones desproporcionadas.
Es por esto que alguien puede reaccionar con gran ira ante un pequeño comentario de su pareja porque le recuerda la crítica constante de su padre. O puede retraerse y aislarse profundamente ante una discrepancia porque se siente rechazado, tal y como lo fue en la infancia. Debido a ese mayor grado de conexión, son las relaciones con quienes más queremos las que con mayor probabilidad pueden reavivar esas heridas y disparar las reacciones negativas.
Nos sentimos inseguros y tememos la desconexión
Por último, existe una curiosa explicación a la cuestión de por qué tratamos peor a quienes más queremos. Y es que lo hacemos porque no nos sentimos seguros en el vínculo y tenemos miedo a perder la conexión con el otro. Esto suele ocurrirles a personas con una importante inseguridad interna, que tienden a sentir vergüenza o a no sentirse dignas de amor y contacto.
Es precisamente esta vergüenza la que desencadena conductas impulsivas y aversivas, que se emiten en un intento de recuperar la seguridad. Al arremeter contra la otra persona, mediante quejas, gritos, amenazas o manipulación, inconscientemente se busca que la otra persona se coloque en una posición más sumisa y vulnerable y reafirme su amor y su compromiso.