No te preocupes, porque el problema no está en ti, sino en quienes no saben apreciar todos tus matices, tus innumerables intereses y características.
Cuando nos dicen que somos demasiado complicados, respiramos profundamente y procuramos guardar silencio. Esta frase acompaña a muchas personas como una eterna cacofonía. Como el zumbido de un mosquito tras la oreja.
Puede que durante una parte de nuestra vida reaccionáramos ante ese comentario. Sin embargo, llega un momento en que dejamos de hacerlo. Nos negamos a defendernos e iniciar discusiones sin sentido porque, en realidad, nos sentimos orgullosos de esta característica: la autocomplejidad.
Este rasgo revela una amplia riqueza del autoconcepto. Un extenso abanico de intereses, pasiones y de valores. También de características, a veces contradictorias, que no todo el mundo sabe apreciar, pero que para nosotros resultan consistentes.
De algún modo, deberíamos celebrar que más de uno nos dirija este comentario. Al fin y al cabo, lo realmente aburrido sería ser alguien plano, alguien tan sencillo como un cuento infantil, tan elemental y predecible como el personaje de una mala película.
Lo complejo no es más que una característica de la propia vida, a menudo caótica, efusiva, apasionante e impredecible.
Lo cierto es que a la mayoría de nosotros nos han dirigido en alguna ocasión este epíteto: “complicados”. Puede que las primeras veces recibiéramos este comentario con extrañeza y confusión. ¿Por qué razón nos definen de esta manera? ¿Qué es lo que impulsa a alguien a etiquetar a otro con este término? Por lo general, la causa principal está en la dificultad de comprensión.
Llamamos complicada a la persona que no responde ante ciertos eventos y situaciones de la manera que se espera. Cuando no se es previsible, cuando se evidencia un alto espectro de intereses, opiniones, reacciones y hasta contradicciones, muchos pueden sentirse molestos. Por lo general, siempre es más cómodo relacionarse con alguien con un carácter y una personalidad más sencilla y hasta manejable.
Sin embargo, abundan, por ejemplo, los que se definen como espirituales, pero son, a la vez, altamente extrovertidos y energéticos. Son los que siempre están inmersos en mil proyectos y, a la vez, adoran la soledad. Son personalidades que hoy defienden unas ideas y mañana, se ilusionan por otros enfoques que acaban de descubrir. Hoy se sienten llenos de alegría y pasado, están algo apáticos.
Cuando nos dicen que somos demasiado complicados, no saben que, en realidad, somos más especiales de lo que creen. Patricia Linville, profesora de la Universidad de Duke, lleva décadas estudiando este rasgo de la personalidad. Ya en 1985 abordó este tema en un estudio, asentando lo que se conoce como el modelo de la autocomplejidad. Y resulta revelador.
Cuantas más características, facetas y dimensiones tenga el Yo, mejor se afrontan los efectos del estrés. Es decir, uno se puede percibir, por ejemplo, como alguien deportista, pero bastante perezoso a la vez, amante de la naturaleza, adicto a la música, introvertido en situaciones públicas, extrovertido en la intimidad, alguien altamente curioso, tímido en el aspecto romántico, y contradictorio a menudo en sus ideales políticos…
De puertas para afuera, es decir, para el entorno, ser de este modo puede resultar caótico. Sin embargo, según la investigación, a mayor autocomplejidad y rasgos en la personalidad, mejor se moderan los efectos estresantes de la vida. ¿La razón? Uno dispone de una mente más abierta, flexible y rica en perspectivas, lo cual le dota de recursos para afrontar las dificultades.
Y tú…, ¿cómo te definirías? Hay quien lo tiene claro y no duda en describirse partiendo de su profesión: abogado, decorador, diseñador, músico, maestro de yoga o veterinario. Otros se definen como padre o madre, y algunos recurren a términos poéticos, de esos que quedan también en los perfiles de las redes sociales: alguien libre que disfruta de la vida.
Nos describimos tal y como nos vemos. Por eso, cuando nos dicen que somos demasiado complicados, nos sonreímos. Nosotros, no podemos usar una sola etiqueta para explicar quién somos o cómo nos vemos. Para el mundo somos incomprensibles, caóticos, poliédricos y hasta impredecibles.
Mientras para los demás ser de ese modo es un problema, para nosotros es una liberación. Porque todas las facetas que esculpen la persona que somos nos aportan mayor riqueza psicológica, más recursos para el yo, y más perspectivas para movernos por la vida.
En un estudio pudo verse que las personas con menor autocomplejidad están más amenazados por el fracaso. No sucede lo mismo en el sentido opuesto. A mayor autocomplejidad, mayor sentido de la conciencia para abordar los desafíos.
No hay ningún problema en ser como somos. La complejidad no es un defecto de carácter, ni algo que otros deban reprocharnos. Cada cual evidencia un tipo de personalidad y unas características propias. Mientras sepamos convivir y respetar a los demás, no hay por qué preocuparnos en exceso ante cada reproche o llamada de atención.
Cuando nos dicen que somos demasiado complicados, tal vez no se han esforzado lo suficiente en conocernos. Porque tras esa complejidad hay múltiples intereses, facetas que descubrir, pasiones de las que contagiarse y perspectivas interesantes. Bien es cierto que no somos previsibles, pero tal vez en eso está la magia del ser humano, en sus variaciones y singulares complejidades… ¿Por qué no celebrarlo?
Detrás de quién nos increpa nuestra personalidad compleja puede estar la falta de comprensión o aprecio por todas nuestras características, intereses y perspectivas psicológicas.