Se trata de Jhoan Faneite y su hijo adoptivo Luis Zerpa, dos venezolanos que trabajan en la funeraria Piedrangel, a la que el Gobierno de la ciudad de Lima contrató para extraer de las casas los cadáveres de personas infectadas con el virus para luego incinerarlos.
A pesar de ser el primer país de Latinoamérica en decretar una cuarentena total el 15 de marzo, Perú tiene más de 104.000 infectados y 3.000 muertos. El miércoles ocupó el lugar 12 en el mundo en número de diagnósticos confirmados, por encima de China continental y debajo de India.
Los peruanos están muriendo por cientos en sus hogares, por lo general en zonas próximas a los mercados de alimentos que se han vuelto los focos de contaminación más peligrosos, según las autoridades. Y la labor de recoger los cuerpos recae en personas como Jhoan Faneite, de 35 años, y Luis Zerpa, de 21, que abandonaron Venezuela hace dos años para huir de la crisis económica del país caribeño.
“Todos los días me encomiendo a Dios para no contaminarme”, dijo Faneite, que trabajó como electricista en su natal Venezuela antes de emigrar a Perú, donde hasta el mes pasado había unos 865.000 migrantes venezolanos.
De lunes a domingo, incluso de noche y madrugada, conducen carros fúnebres a través de los barrios ricos pegados al Pacífico, pero también se internan entre colinas apretujadas de barriadas donde el virus golpea con fuerza, ataviados todos con trajes de protección y caretas.
Debido al aumento de la mortalidad, las autoridades han instalado casi dos decenas de contenedores marítimos en los hospitales de Lima que mantienen los cadáveres a cero grados.
La funeraria peruana Piedrangel asumió un papel clave en Lima cuando nadie se atrevía a recoger muertos por el nuevo virus.
Ahora la funeraria no sólo recoge los cadáveres contagiados, también los creman en sus dos hornos instalados en el interior de un cementerio y reparte las cenizas a los deudos.
El peso de la muerte se siente cuando Faneite y sus colegas de la funeraria Piedrangel recorren la ciudad. Los militares que controlan las vías capitalinas se alejan espantados de la carroza cuando confirman que llevan cadáveres de víctimas de COVID-19.
Cuando Faneite regresa a casa de madrugada encuentra a su esposa dormida junto a sus dos hijos pequeños. Entonces se cambia en silencio, se ducha y lava su ropa con desinfectante.
A veces hace gárgaras con agua salada y cuando está desesperado con agua oxigenada.
Comenta que debe mantenerse sano para su familia y eso incluye a sus padres ancianos que se quedaron esperándolo en Venezuela.
“Antes que partan, antes que llegue lo inevitable, quiero ir a verlos, quiero estar con ellos”, dijo el venezolano a AP.
Cactus24 (21-05-2020)