Esta historia se remonta a un centenar de años atrás. Cuentan habitantes, que en Tarapio había una hacienda propiedad de Santos Matute Gómez, hermano del general Juan Vicente Gómez, que visitaron personalidades importantes de la Venezuela de aquellos tiempos. Con el paso de los años, poco a poco, vendieron parte del terreno donde construyeron casas que fueron habitadas por distintas familias hasta lo que es hoy: una comunidad grande cuyos vecinos se ven a diario caminando calle arriba cargando agua.
En la hacienda Tarapio, subiendo por la popular avenida 190 de Naguanagua, había una casita colonial donde vivían los Gómez y donde habría acampado Simón Bolívar, en medio de una tormenta, antes de partir a la ciudad de Puerto Cabello, relata Cruz María Aguilera, en la cama donde permanece acostada desde hace un par de años luego de sufrir una caída que le generó fractura en las costillas cuando la sacaban de su casa para ir a cobrar la pensión.
En 1918 una partera atendió un nacimiento en el cerro El Café. La llegada de la bebé, a quien nombraron Cruz María, trajo felicidad a la familia Aguilera. Pocos meses después la llevaron a vivir a La Ceiba, donde transcurrió su infancia. Ya de grande, en 1948, llegó a la casa que una vez fue de los Gómez. En sus brazos llevaba a Luisa Aguilera, una de sus hijas.
Por esos lados, a la señora Cruz María la conocían como «La Generala», por su porte fuerte e imponente. Además, era la cabeza de esa casa donde una vez vivió el general Matute Gómez, quien gobernó el estado Carabobo durante la dictadura militar de Juan Vicente Gómez.
La abuela «Naguanaguense de pura cepa», como ella misma dice, recuerda con gran lucidez a todos sus vecinos ya fallecidos. Los nombra por orden de viviendas: «la casa de mi madrina Georgina, más abajo estaba la casa de Auladia, más abajo, en el mamón, estaba otra casa, esa no sé de quien era y luego estaba una casita de los Bermejos, venía la de María y después la de Félix Moreno». De cada uno recuerda una anécdota. Su memoria se mantiene intacta. Incluso, más clara que la de su hija Luisa quien hoy tiene 73 años.
En la deteriorada casa de paredes de adobe, techo de caña cubierto con tejas de barro y grandes puertas de madera, solo viven Cruz María y Luisa, quien ahora sufre de la columna por cargar a su mamá para asearla. Todas las mañanas le enciende un pequeño radio y así se pasan sus días escuchando música y tratando de sobrevivir con los alimentos que tienen, pues a duras penas les dan una bolsa de comida del Clap.
Aunque tiene 23 nietos, 37 bisnietos y 22 tataranietos, muy pocos están pendiente de ella. Catalogada por muchos como un emblema histórico de ese municipio donde ha pasado sus 101 años. Por lo pronto, «La Generala» se mantiene a la espera que algún ente gubernamental la ayude con la reparación de su casa que tiene de construida más años que su edad.