A mediados de abril, los más de 80 tripulantes del Greg Mortimer vieron partir a todos sus pasajeros para ser repatriados mientras que ellos tuvieron que permanecer a bordo y hoy llevan más de 50 días a la deriva en las costas de Uruguay. Quienes aún no se contagian del nuevo coronavirus viven con el temor de infectarse y algunos de los enfermos padecen el virus desde marzo.
De los 83 miembros de la tripulación, 36 han contraído Covid-19 y 25 están en cuarentena. Junto con el aumento de casos, crece también la ansiedad, y algunos hasta creen que el virus circula en el sistema de ventilación. Hace cinco semanas y media que se registró el primer caso. Ya hubo un muerto y temen más.
El drama de este navío es similar al que se vive en otros varados en distintas partes del mundo debido a la pandemia: las autoridades locales de las costas más cercanas no permiten que los tripulantes desembarquen por temor a disparar más contagios en sus países y el destino de los extranjeros dependerá de las negociaciones entre su naviera y los gobiernos.
El 22 de marzo, el doctor Mauricio Usme detectó fiebre, cansancio y una tos «rara» en una pasajera. Los síntomas no tardaron el propagarse. El médico está actualmente en cuarentena y no puede atender a nadie. Otros dos colegas se encargan de los compañeros enfermos que siguen en el barco.
Carolina Vásquez también está aislada. La chef chilena de 36 años tuvo que acatar cuarentena desde el 29 de marzo, cuando los síntomas que había empezado a sentir el día 25 se volvieron insoportables.
Durante su primer día de confinamiento nadie le sirvió comida. Después de varias llamadas le mandaron algo de repollo, sal y limón. Mientras había pasajeros a bordo, aseguró, «la comida no estaba mal», pero luego llegaron ensaladas y frutas podridas, menús desbalanceados y hasta un queso camembert echado a perder. Ahora recibe tres comidas diarias que levanta del pasillo para no tener contacto con nadie.
Hace algunas semanas, Vásquez se encargaba de coordinar la comida de más de 200 personas y ahora todos sus días transcurren igual: por la mañana la despierta algún compañero que le llama por teléfono para ver cómo está. Luego recibe el desayuno, toma un medicamento contra el hipertiroidismo —un padecimiento preexistente— y duerme un rato más. Al despertar se prepara un té, se ducha y abre las ventanas. Después rocía cortinas, alfombras, sofá, cama, pestillos y lámpara con cloro y agua.
Amigas o familia le envían capturas de pantallas de los periódicos que quiere leer porque no tiene acceso a noticias, radio, ni televisión. Como el resto de los tripulantes, sólo puede usar chats a pesar de que el barco cuenta con una conexión a Internet que funciona. Tampoco se les provee con artículos de aseo personal gratuito y a quien se le acabe la pasta de dientes o crema para afeitar, la debe comprar.
El 4 de abril, cuando hicieron los primeros tests, 128 personas de los 210 navegantes dieron positivas entre pasajeros y tripulantes. Un día después,16 médicos uruguayos se embarcaron para auxiliar.
A los seis días, Usme y Ronnie Lorenzo —un trabajador de la bodega del barco— desembarcaron y fueron internados en un hospital montevideano. Usme había atendido a más de 200 personas y tuvo fiebre cuatro noches. Desde entonces le han hecho cinco tests, todos positivos. Permaneció cinco días internado y volvió al buque, pero Lorenzo —de 48 años— falleció.
De acuerdo al doctor, se sintió «muy vulnerable, con un riesgo de muerte inminente, solo, desprotegido. No te pueden visitar familiares ni hablar con nadie. Ronnie murió solo, sin familia ni amigos».
La salud mental de los tripulantes —de 21 nacionalidades distintas— es delicada. Hay «riesgo de suicidio, psicosis individual o colectiva y eso puede generar un amotinamiento. La gente está físicamente cansada y mentalmente agotada», dijo.
La empresa no ha dado respuesta firme al momento y desde Uruguay el canciller Ernesto Talvi ha dicho que se está en conversaciones con la compañía para que al menos puedan desembarcar los tripulantes no contagiados.
De alcanzar un acuerdo, todo indica que los tripulantes volarían a Las Palmas, Islas Canarias, donde la naviera tiene su atracadero. El gobierno de Uruguay se ha mostrado dispuesto a armar otro corredor humanitario —como lo hizo cuando se repatrió a los más de 100 pasajeros a mediados de abril— para que eso ocurra.
En tanto, la única certeza que les queda es que en los próximos días les volverán a hacer pruebas para ver si están contagiados.